Yo solo tomé un avión, pero no sabía que me llevaría directamente a la felicidad.

Hola, yo soy Magali, una turista de la CDMX que en Septiembre del año pasado compró un boleto con destino a Mazatlán y que de verdad, no tenía ni una idea mínima de lo que estaba a punto de vivir.

Viajé a la Perla del Pacífico en Febrero, justo para el Carnaval, del 20 de Febrero al 1 de Marzo. De verdad que no pudo haber sido mejor decisión. 10 días disfrutando de esa hermosa ciudad desconocida para mi. El clima era delicioso, había viento pero también calor, estaba fresco pero lo disfrutabas.

Recuerdo que tuve tanto trabajo que no pude planear absolutamente nada de mis vacaciones así que llegué para dejarme sorprender, y vaya que Mazatlán lo hace. Simplemente al bajar del avión me encontré con un cielo IMPRESIONANTE que me robó la respiración. Te recomiendo lleves el celular preparado para capturar ese momento.

Luego de tomar el taxi con toda mi familia, nos dirigimos al hotel Gaviana en la Zona Dorada. El atardecer ya comenzaba y justo cuando llegamos, se me detuvo el corazón por un segundo cuando vi como el sol terminaba de ocultarse detrás de la Isla de Venados y al mismo tiempo, en la playa, una banda tocaba La Yaquesita (canción que por cierto, se convirtió en el soundtrack de esas vacaciones). A mi me encanta la banda sinaloense y de verdad que nunca imaginé que así es como recibe Mazatlán a su gente y a sus turistas. Con bandas en la playa que puedes contratar hasta la madrugada mientras disfrutas unas Pacífico bien frías y cantas como si no hubiera un mañana. Así fue mi primera madrugada en Mazatlán y vaya que me enamoró.

Claramente desperté al 30% de mi capacidad cerebral después de esa noche, pero nada que una riquísima tostada Perla del Pacífico o una Patasalada (que pica como la vida misma) de La Mazatleca no pudieran remediar. Claramente eso solo ameritaba pasar el día en la playa, escuchando la banda sin fin, comiendo ceviche de sierra con esos trocitos pequeñitos de zanahoria que tanto lo caracterizan y terminar el día a bordo de una pulmonía para dar una maleconeada. Sentir el viento entre el cabello, con la música a todo volumen, ver todos los monigotes y lo mejor: conocer el centro de Mazatlán de noche, tan mágico y hermoso como solo él. Lleno de colores, de luces, de fachadas impresionantes dignas de fotografías. Una zona que de verdad te roba el corazón.

Al otro día, sábado 22 de febrero fuimos a la Isla de la Piedra que… técnicamente no es una isla porque puedes llegar en coche pero no es lo ideal, lo mejor es tomar una panga o una lancha para llegar. Esto para comer pescado zarandeado en una de las palapas y pasar el día antes de ir a Olas Altas a disfrutar del Combate Naval, un espectáculo de fuegos artificiales que conmemora la batalla de 1864 entre los mexicanos y franceses y que de verdad, tú que estás leyendo esto, no te puedes perder por nada del mundo.

Te enchina la piel, te roba la respiración, si, tienes que estar en el malecón desde al menos 2 horas antes para tener un buen lugar pero créeme que vale toda la pena del mundo. Sólo imagínate que toda una ciudad se apaga y en el cielo, llegan decenas de drones formando figuras y luego, de entre la oscuridad del mar empiezan los bombardeos, las luces explotando frente a ti, todo al ritmo de la música. De verdad es impresionante y vale cada segundo.

Y ese espectáculo es solo el parte aguas para lo mejor del Carnaval: El desfile.

Pero bueno, no puedo continuar hasta esta parte de mi historia sin hablar de un lugar bastante común para los sinaloenses pero que, para una simple mortal como yo que no tiene (aún) la suerte de vivir en esa costa, resulta delicioso: la Panamá. Una cadena de restaurantes que es, hasta ahora, mi lugar favorito en el mundo para desayunar. Nada como ordenar unos chilaquiles, una combinación de panquequis, una sopa de tortilla y de postre, el mejor pay del mundo: el pay de guayaba.

Hay quienes dicen que el de plátano también se lleva las palmas pero en lo personal no le he dado una oportunidad. Esa rebanada con sus trozos de guayaba verde y pequeños hilos de dulce de leche siempre tendrá mi corazón.

Pero volviendo al desfile… Por suerte en mi viaje tenía un par de conocidos en Mazatlán que lograron rentar unas sillas sobre el Malecón. No me pregunten cómo se consiguen (seguro Gus debe saber) pero es la mejor opción para disfrutar del baile, las luces y la felicidad que provoca ver a todos esos mazatlecos tan comprometidos, sonrientes, bailando al ritmo de todos los estilos musicales que puedas imaginar. También debes esperar algunas horas para no perder tu lugar, de hecho, hay gente que desde días antes ya se instala sobre el malecón para no perderse ni un detalle.

Y puedes esta ahí con tu familia, hacer amigos, comer un duro con ceviche o marlin en escabeche, reírte con el humor que solo el mazatleco puede tener. Es ahí cuando conoces lo que de verdad es vivir en Mazatlán. Por ejemplo, yo no sabía que los Monos Bichis se llamaban así hasta que una señora junto a mi lo dijo. Y así pasa con todo. Algo que encuentro muy bonito es que la gente que asiste a este carnaval es en su mayoría turismo nacional, gente que viaja de Durango, de Culiacán, del Estado de México, etc, para disfrutar esta gran tradición.

De verdad que no puedo cambiar por nada el haber tenido la oportunidad de estar en primera fila disfrutando tan majestuoso desfile, bailando sobre la calle, aplaudiendo y admirando a todas esas reinas y reyes, a toda esa gente con la suerte de vivir en mi lugar favorito del mundo. Caminar detrás del desfile, con las bombas explotando en el cielo sobre mi, bailando al ritmo de la banda, con el clarinete sonando a mi lado.

Mazatlán me dio sueños, Mazatlán me enamoró. Con cada trago de cerveza me hacia cada vez más suya, con cada canción, con cada atardecer, con cada aventura, con cada aguachile, incluso con cada piropo.

Por suerte mi viaje no terminó ahí, pero eso se los contaré después. Solo puedo decirles que de verdad, Mazatlán tomó mi corazón y sobre una pulmonía se lo está robando cada vez más.

Escrito por Magali Banda