Mazatlán, como toda población con más de doscientos años existiendo, es un punto de encuentro donde la historia se mezcla con el imaginario popular y algunas tragedias muy reales han dado lugar a leyendas de aparecidos, demonios y brujos. Son anécdotas que trascendieron su propia realidad para incrustarse en la cultura colectiva y que hoy día forman parte de la identidad de los mazatlecos.

El origen de unas se pierden en los primeros tiempos del puerto, mientras que otras son tan recientes que la gran mayoría de los mazatlecos recordamos aquellos hechos tal y como sucedieron, algunos de sus protagonistas desaparecieron con la llegada del alumbrado público y la televisión, siendo apenas recordados por los registros de otra época, mientras que otros lograron sobrevivir a la modernidad con nuevo ímpetu para seguir erizando la piel de propios y extraños.

Las leyendas del presente articulo no son versiones de otras que vienen de fuera, como la llorona o la dama de blanco que, según dicen, también deambulan por las calles y callejones de Mazatlán a altas horas de la noche. Estas son las aportaciones del puerto que siguen estremeciendo las entrañas de sus pobladores y siguen contándose de generación en generación, manteniendo viva la tradición y el miedo.

Las cuevas del Crestón

El cerro sobre el que se encuentra el faro fue, desde el principio de los tiempos hasta la primer mitad del siglo XX, una isla que detenía parte del oleaje al interior de la bahía. En su cara oeste, frente al mar, tiene dos grutas que coloquialmente son llamadas como las cuevas del Pirata y del Diablo.

La razón del primer nombre es que, a finales del siglo XVII, Mazatlán sería visitado muy constantemente por piratas que solían desembarcar aquí para saquear los pueblos y minerales vecinos. La imaginación de la gente de entonces construyó una leyenda alrededor de esas cuevas donde, contaban, habían ocultado parte de sus botines, protegido por los espíritus del mar y las tormentas.

Realidad o ficción, aunque las cuevas han sido visitadas innumerables veces desde el siglo XIX, a los inexpertos no se les recomienda hacerlo, ya que en su interior e inmediaciones han desaparecido y muerto, hasta nuestros días, varias personas que buscaban la aventura de sus vacaciones.

Las calaveras de la plazuela

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Como muchos ya sabrán, antes del panteón más antiguo que se conserva en el puerto, existieron por lo menos otros dos. El primero de ellos se localizaba en uno de los sectores más antiguos del centro, entre las calles Teniente Azueta, Leandro Valle, Antonio Rosales y Genaro Estrada. Como este no contaba con los permisos de la iglesia ni del ayuntamiento decidieron abrir otro hacía el noreste, donde actualmente se encuentran el parque y la escuela Ángel Flores.

El panteón que quedó en uso, al cuál se trasladaron todos los del primero, se iría llenando con el tiempo hasta que abrieron el que aun existe sobre la avenida Gabriel Leyva. Las viejas tumbas y fosas serian olvidadas y abandonadas por familiares y conocidos.

A principios del siglo XX más que lapidas había un monte creciendo desde las entrañas de aquella tierra. Las autoridades decidieron abrir aquí un parque, sin mencionar nada de los ataúdes y restos que, según los propios vecinos de aquella plazuela, siguen deambulando entre las paredes de sus casas y la calle.

Los fantasmas del CMA

Centro municipal de artes

Algunos pensarán que el centro histórico de Mazatlán, con sus casonas abandonadas y calles oscuras, es un semillero de espectros que solo están esperando la hora indicada para salir a pasear como lo hacían en vida. Sin embargo, el edificio más trágico de esta parte del puerto no esta abandonado y se encuentra precisamente en uno de los puntos con más vida de la zona.

El Centro Municipal de las Artes ha tenido, como el vecino teatro, diferentes funciones y ocupantes a lo largo de su historia, comenzando como el hotel Iturbide, el más lujoso de su época.

Aquí se hospedarían en 1883 la diva Ángela Peralta y toda su compañía de ópera, los cuáles presentarían Aída en el teatro que ahora lleva su nombre. Sin embargo, el destino de la soprano y el del puerto se unieron en mortal encuentro cuando la epidemia de fiebre amarilla que trajeron al llegar mató a más de la mitad de los mazatlecos y a muchos de su compañía, incluyéndola.

Desde entonces, algunos que se pasean a altas horas de la noche, cuando el Centro cierra sus puertas, han escuchado pasos, quejidos y una voz bastante peculiar ensayando un aria que nunca se pudo presentar.

Los fantasmas del Belmar

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Además del Iturbide, otro hotel tuvo también su propia tragedia además de un sinfín de tétricas anécdotas. El Belmar es quizá el hotel más antiguo aun en funciones de Mazatlán, fue el primero en ubicarse frente al mar cuando nadie apostaba por el turismo de playa en el puerto y durante un par de décadas fue la sede de las elegantes mascaradas y banquetes del carnaval. Sería precisamente en uno de ellos, ocurrido en las fiestas de 1944, cuando Rodolfo T. Loaiza, gobernador de Sinaloa, cae muerto a balazos por Rodolfo Valdés, el Gitano.

Esto marcaría un antes y después en la historia del Belmar, que a partir de aquí comenzaría a ganarse la fama de ser el lugar preferido para los actos más terribles, como el que una madre ahogo a su bebe en uno de sus baños o los amantes suicidas que una noche ahí se encontraron. Verdad o invención de la gente, lo cierto es que entre sus pasillos oscuros y cuartos, la respiración del visitante suele agitar las paredes.

El catrín de la Covarrubias

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Hace algunos años, durante la primer mitad del siglo XX, existía la leyenda de una curiosa figura vestida de traje y bombín, que se paseaba por las noches entre las calles y callejones del cuadrante que forman el paseo del Centenario, la calle de la Cruz y la Venustiano Carranza, que en aquellos tiempos formaban el barrio de la Covarrubias. Su principal atributo, aparte de la vestimenta que le dio su nombre, era que en vez de un rostro llevaba una sombra oscura debajo de su sombrero. Según las advertencias de la época, atacaba principalmente a los niños y las jovencitas ingenuas, siendo bastante común que muchas desaparecieran durante las fiestas del carnaval cuando, según se cuenta, se les veía en compañía de un extraño hombre con el que se perdían hacía la cueva que se encuentra sobre el paseo Claussen, mejor conocida como la cueva del diablo, de donde ya no volvían a salir.

La enfermera de la capa

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Los mazatlecos que nacieron antes del año 2000 seguramente recordarán un gran edificio en ruinas sobre el malecón, entre la Casa del marino y la glorieta Sánchez Taboada, donde ahora solo hay un lote vació. Aquí funcionó, antes de la llegada de los IMSS e ISSSTE, el viejo hospital civil. Las enfermeras y médicos que ahí trabajaron cuentan que en el turno nocturno eran auxiliados por una colega a la que solo los pacientes y algunos desafortunados veían. Cuando los enfermos la describían los médicos veteranos recordaban entonces que en otras epocas había trabajado aquí una mujer muy reservada y disciplinada, siempre con su uniforme impecable y cuya pasión por el servicio la dejo sin familia, muriendo sola en una de las habitaciones del mismo hospital. Desde entonces se paseaba, con ese uniforme de antaño por el que se diferencia de las otras enfermeras, dominando el conjunto una capa que cubría sus hombros y espalda, la cual le dio el nombre a este ser que, según los que se toparon con ella, flotaba por encima de su falda.

La casa de la Munich

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Sobre una de las avenidas más ordinarias de Mazatlán, entre las calles Leo y Sagitario, hasta hace poco tiempo era posible ver una casa abandonada, con un carro estacionado hacia varias décadas y las enredaderas cubriendo sus barandales.

El polvo y el vandalismo han cubierto las huellas de los terribles asesinatos cometidos en su interior a mediados de los 80’s del siglo pasado. Muy poco se registró en los periódicos aquella noticia, con el tiempo la historia se ha mezclado con el mito y solo unos cuantos datos dan certeza de lo ocurrido. Una familia como las que vivían en aquellos años en la Villa Galaxia, de clase media acomodada, fueron visitados por dos familiares muy cercanos, quienes tras una discusión decidieron acabar con la vida de los padres, su hijo pequeño, la señora de limpieza, su hija, un electricista y hasta el gato.

Mucho se ha dicho alrededor de estos sucesos, sombras que se alcanzan a observar en sus ventanas y susurros que se escuchan al pasar, sensaciones que erizan la piel de los que creen que aquella triste familia aun no descansa en paz.

La casa Erickson

Otra de las casonas abandonadas que generó una leyenda entre los adictos a los espíritus de la noche fue la de Reed Erickson. Ubicada dentro de una de las zonas residenciales más exclusivas del puerto, el fraccionamiento El Dorado, Reed Erickson era heredero de una gran fortuna familiar, con la cual creó una fundación dedicada al apoyo y educación de las personas marginadas.

El propio Erickson era transgénero, habiendo nacido mujer con el nombre de Rita. Su casa era una de las más opulentas, en ella vivía con su esposa, sus hijos y Henry, su leopardo. El palacio del amor y la alegría, como lo llamaba su propietario recibía visitas de todo tipo y con cualquier finalidad, incluyendo, según los rumores, algunos ritos extraños que parecían ser parte de una secta satánica o brujería.

Reed Erickson moriría de sobredosis, fugitivo de las autoridades estadounidenses por crímenes relacionados con el narcotráfico. Después de esto, su casa se volvió un punto de reunión importante para sus seguidores, quienes continúan practicando aquellos aquelarres permitidos en esta casa.

La muchacha del taxi

Sin hacer alusión a la canción de moda, esta historia no tiene nada de divertido. En el cruce de la avenida Santa Rosa y las vías del tren, entre las ramas de un monte oscuro, yacen las cruces y el monumento que recuerdan aquel terrible accidente de 1996, donde murieron 34 pasajeros de un camión que intentó sortear la velocidad del tren. A las sirenas y los gritos de sus sobrevivientes, siguió el silencio y el paso de los carros. La leyenda dice que una de las victimas era apenas una joven estudiante de la UAS, desde cuyo campus tomó el camión que la llevó a su fatídico destino. Por la noche es peligroso cruzar esa distancia a pie, por lo cuál no es extraño ver a una joven deteniendo un taxi frente a la universidad. Los conductores que han vivido aquella experiencia hablan de su cara, perturbada por el miedo, mientras les dice hacía donde deben llevarla. Cuando el carro toma la Santa Rosa, la respiración de la joven comienza a agitarse, controlando unas lagrimas. Algunos taxistas le han preguntado si necesita algo, a lo cuál ella solo responde entre sollozos que desea vivir. Después de esto, justo cuando se cruzan las vías, la mujer suelta al fin un grito desgarrador para terminar desapareciendo en la oscuridad del taxi.

¿Qué otras leyendas de Mazatlán conoces?